La práctica del psicoanálisis enseña que indagar sobre el ser humano es buscar su contexto de sufrimiento. Las dimensiones de lo imaginario familiar, social, político y religioso no están nunca adecuadas a lo real que desea el hombre.

A esta separación entre lo imaginario y lo real la experiencia analítica le otorga una alteridad irreductible en la cual el sujeto habrá de reconocer la verdad de su identidad.

Si las palabras no dan testimonio del deseo ni, mediante éste, del discernimiento de la verdad, el hombre se ahoga en el mar de sus fantasmas. Si el sufrimiento se debe evitar a toda costa, se corre el riesgo de perder la palabra. Porque evitar el sufrimiento equivale a rechazar la vida, es decir, apesadumbrarse de haber nacido.

Sin una palabra cargada de la promesa que hace vivir, nacer será un suicidio donde la vida y la muerte se confunden en el horror.

Todavía es, en verdad, un sufrimiento el que separa al hombre de su propia imagen la cual está tratando de asimilar, creyendo reconocerse en ella.

Pero es en esta travesía hasta el encuentro con el rostro del otro que el sufrimiento de la separación con él mismo puede convertirse en alegría.