El primer debate suscitado por el proyecto de la inteligencia artificial giraba en torno de la posibilidad misma de las máquinas pensantes. Junto a algunos hitos clásicos, como los artículos de Dreyfus sobre "lo que las máquinas no pueden hacer", y casi como un subproducto desgajado de las discusiones fundamentales, quedaron como saldo de esa primera polémica nada menos que los lenguajes de programación lógica, las heurísticas que emulaban el sentido común y algunos de los interrogantes claves de la ciencia cognitiva: ¿es la máquina una metáfora fiel de la actividad cerebral? ¿es el pensamiento sólo razón?

El nuevo debate de la inteligencia artificial ya no opone a los que hacen y a los que desconfían, sino a dos grupos que llevan a la práctica principios contrapuestos. Por una parte están los que programan las máquinas como si la actividad pensante a reproducir consistiera en la formulación de enunciados, construidos ellos mismos en base a símbolos; como si el pensamiento en otras palabras, consistiera en un nudo complejo de proposiciones y teorías acerca de las cosas.

En la carta de aval de esta vertiente están los sistemas expertos y los programas demostradores de teoremas Por la otra parte se encuentran los que reproducen la actividad de la mente como un epifenómeno de una estructura inicialmente vacía; a ellos les importan más los carriles y soportes de la acción inteligente que sus contenidos neuronales y las máquinas en paralelo que, sin ser todavía expertas, han encontrado al menos formas de aprender y estrategias para manejarse en el mundo.

Esta selección atrapa los ejes de una polémica todavía en movimiento, a través de la palabra de sus protagonistas esenciales. En ella se asientan desde las nuevas promesas de John McCarthy, quien acuñara el nombre mismo de la inteligencia artificial, hasta los proyectos de los diseñadores de texturas cerebrales cuyos comportamientos emergentes y holísticos suponen incluso un desafío a las formas convencionales de explicación científica: Cowan, Sharp, Schwartz, Reeke y Edelman. Artículos esenciales de Papert y los Dreyfus tensan los extremos de la controversia, que alcanza su expresión filosófica en las posturas de Daniel Dennett y Hilary Putnam.