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Nasio, Juan David El libro del dolor y del amor Gedisa,2009. 256 p. 978-84-7432-636-9, Cód. 121132, 1a. Reimp.15.5x22.5 cm. $570 Colección: Serie Freudiana.
Una aportación innovadora de gran importancia para la comprensión del dolor psíquico, que amplía las teorías de Frued y Lacan Asignar un valor simbólico a un dolor que en sí mismo es lo real puro, la emoción brutal, hostil y extraña es, a fin de cuentas, el único gesto terapéutico que lo puede hacer soportable ... Ante un estado de profundo dolor, el psicoanalista actúa como si enseñara a bailar, evitando los pasos en falso, la pérdida de impulso y las caídas del paciente, hasta que éste pueda reencontrar su propio ritmo. "El dolor psíquico es un sentimiento oscuro, difícil de definir ... Su naturaleza incierta nos enfrenta al desafío de querer asir un afecto que escapa al pensamiento." El autor ofrece en esta obra una metapsicología del dolor, única aproximación teórica satisfactoria para explicar el mecanismo de la formación del dolor psíquico. El dolor, sea físico o psíquico, siempre es un fenómeno límite. A lo largo de estas páginas se observará que emerge siempre en los límites, los límites entre el cuerpo y la psique, entre el yo y el otro y, sobre todo, entre el funcionamiento ordenado del psiquismo y sus trastornos. Debido a esta situación de límite, el psicoanálisis no distingue claramente entre el dolor corporal y el dolor psíquico. El modelo del dolor corporal, esbozado por Freud al comienzo de sus investigaciones, puede esclarecer de manera sorprendente nuestra concepción del dolor psíquico. El dolor es un afecto, la última barrera ante la locura y la muerte. Tenemos las fuerzas suficientes para combatirlo y seguir viviendo. A este dolor-afecto están dedicados los primeros capítulos. Generalmente, el funcionamiento psíquico está regido por el principio del placer que regula la intensidad de las tensiones pulsionales para hacerlas tolerables. Cuando se produce una ruptura brutal con el ser amado, estas tensiones quedan descontroladas y el principio de placer se vuelve inoperante. Cuando el yo no percibe ya la fluctuación entre placer y displacer, sino un caos de pulsiones indomables, queda a la merced del sentimiento de dolor. Por tanto resulta muy importante distinguir entre displacer y dolor. El dolor no es tanto el afecto provocado por la pérdida de un ser amado, sino por la autopercepción de un tumulto pulsional interno incontrolable. |